miércoles, 31 de agosto de 2011

Reflexiones sueltas sobre "Rise of the Planet of the Apes"

Recientemente vi la precuela de aquella famosa película de 1968 llamada “El Planeta de los Simios”. Esta precuela titulada en inglés –su idioma original- como “Rise of the Planet of the Apes”, ha llegado a México con el título de “El Planeta de los Simios: [r]evolución”.

Debemos notar que la palabra inglesa “rise” puede ser traducida como “ascenso” o “surgimiento”, lo que da la idea de un origen, del nacimiento de ese planeta donde los primates dominan al hombre. Sin embargo, esa misma palabra puede ser también traducida como “levantamiento” o “alzamiento”, palabras que evocan una búsqueda de la liberación, un enfrentamiento al tirano que nos oprime. Me parece que en este caso la traducción sirve a su propósito.

(Advierto, para evitar la horrenda experiencia del “spoiler”, que es probable que líneas abajo haya “spoilers”, así que si no han visto la película y no desean que se las arruine, no sigan leyendo.)

“Rise..” es, en mi opinión, un film que nos invita a la reflexión en distintas líneas. Como película cumple lo que promete, pues sirve como puente entre la primera película y todo aquello que la historia original dejó fuera. No se trata solamente de la razón detrás del surgimiento de un planeta de simios, sino también de la atención que se puso a los detalles, como la pertinencia de dicha razón o los cabos que de otra forma quedarían sueltos.

El perfeccionamiento genético (inserte aquí su especie favorita: tiburones, murciélagos, abejas, humanos) es motivación frecuente para alterar aquello que conocemos como naturaleza; situación que termina muy, muy mal, en lo que suele interpretarse como castigo divino a la soberbia, a la necedad de jugar a ser dioses. El tema, por supuesto no es nuevo, la búsqueda fáustica del conocimiento y la repetición del pecado adánico original se repite una y otra vez en toda forma de arte; sin embargo, aquí hay algo distinto (elemento tampoco necesariamente nuevo, pero sí muy atractivo). Si bien, los intereses del capital no pueden dejarse de lado, pues siempre están involucrados; -representados por David Jacobs- es necesario recordar que esos intereses, tal y como sucede en la realidad, juegan constantemente con los deseos de los involucrados para conseguir lo que quieren. Los objetivos de Jacobs son parecidos a los de Rodman, pero sus motivaciones son sumamente distintas. A Jacobs, sin importar qué diga, lo único que le interesa es el dinero. Las motivaciones de Will son distintas, en parte quiere la fama, es cierto, pero su investigación es de suma importancia para él, pues quiere ayudar a su padre, quiere detener su sufrimiento. Por ello, la arrogancia aquí es solamente parte de la ecuación; ya que los deseos que eventualmente nos conducen al desenlace que todos conocemos, no sólo tienen que ver con la ambición y la gloria, sino también con la compasión y la empatía. Todo va cayendo en su justo lugar: la negación de Will de terminar con la vida de Caesar, el cuidado y la educación que le prodiga, el fracaso del compuesto y la necesidad de convertirlo en virus, el maltrato, hasta el viaje espacial. Todo encaja.

La película nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con los demás habitantes de este planeta y con la naturaleza en general; nos invita a revisar ese comportamiento tan capitalista de ver a todo lo otro como el objeto a moldear, a dominar, a usar como mero medio en pos del progreso, del avance científico, del mejoramiento de nuestra especie, y de la riqueza de unos pocos. La antigua caracterización de las cosas en esencia y accidentes, que convertida termina por establecerse en nuestra conocidísima división de cuerpo y alma; sirve como justificación moderna de todas las atrocidades cometidas contra el cuerpo, siempre y cuando el alma sea salvada. La secularización de estos conceptos nos deja con la todopoderosa Razón, el misterioso "yo" y la conciencia superior. Si bien, después de innumerables luchas se ganaron resquicios desde dónde combatir la injusticia sobre el cuerpo humano, los animales quedaron en franca desventaja. Desde la religión se les negó el alma, desde la ciencia la razón, desde la filosofía la conciencia. Criaturas inferiores según todo criterio humano, quedaron en el limbo de los derechos. Sin alma, no importaba su salvación, sin razón no importaba su libertad y sin conciencia ni siquiera importaba su sufrimiento. La consideración moderna, aun reinante, de la superioridad del hombre, de su real derecho a poseer, usar y abusar de todo lo demás quedaba establecida pseudocientíficamente de manera natural y necesaria en una interpretación cómoda de la ley darwiniana del más apto. Por ello, “Rise…” plantea un ejercicio mental interesante, un ejercicio hipotético que encuentra fundamentos en la filosofía del periodo conocido como Crisis de la Razón, con Nietzsche y Freud a la cabeza, y más recientemente con los trabajos de ciencias cognitivas de pensadores como Dennett, Hofstadter o Dawkins. ¿Qué tal que nuestra superioridad supuestamente cierta hasta el momento resultara ser nada más que una ficción? ¿Qué tal que como le sucedió al alma alguna vez, un sector importante de la humanidad comenzara a dudar de la certeza de la conciencia, de la existencia del yo? Sus textos juegan con la hipótesis de que nuestro “yo”, o nuestra conciencia no es sino una ilusión, una ficción que nos da centro, que nos da unidad y sobre todo seguridad. No somos sino animales con un talento especial, al igual que cualquier otra especie. Nuestro talento especial no nos viene de Dios, ni de la astucia de la Razón, ni de la glándula pineal, sino de aquello mismo que hemos despreciado durante tanto tiempo: nuestro cuerpo, y más específicamente de nuestro cerebro, y aún más específicamente de nuestro neocortex. Nuestro talento consiste, o mejor dicho, un subproducto de él resulta en crear ficciones y luego creerlas con una convicción que haría palidecer a cualquier fanático. Las “especies inferiores”, así vistas, no son inferiores, sólo… diferentes; por lo que una revisión de la manera en que los tratamos es indispensable. Es necesaria una trasformación de paradigma que no sea automáticamente desventajosa, que no se de a partir de jerarquías establecidas de antemano, sino quizá a partir de la consideración del dolor ajeno, o de algunos otros criterios nuevos aún por determinar. Y esto no solamente en lo que respecta a la experimentación animal, que se muestra a detalle en la película, sino en todo aspecto, como la industria alimenticia, los zoológicos y los circos, por ejemplo.

El ejercicio mental de los escritores y el director no se detiene aquí, ya que sumidos en nuestras ficciones somos incapaces de ver las injusticias que el sistema comete en contra de sus víctimas –cosa que sucede a diario-, por lo que los simios son prácticamente forzados a levantarse en contra de la totalidad que los oprime. El sufrimiento de Caesar, le revela un mundo antes desconocido para él, le muestra una opresión para los suyos. Tiene la oportunidad de darle la espalda a las víctimas y retomar su posición acomodada, su hogar seguro al lado de Will, pero su experiencia en el refugio para simios le hace tomar conciencia de la injusticia que no merecen, del dolor que no se han ganado y lo obliga a pelear por la reivindicación de sus derechos, a pelear por su liberación. Lo fuerza a interpelar al sistema, a decir basta, a gritar ¡No!

¿Es ésta una visión romántica de los simios? ¡Por supuesto! ¡Es una ficción! Pero como todo ejercicio mental, nos pone a reflexionar sobre cosas que suceden todo el tiempo, sobre actitudes de la realidad que quizá deberíamos cambiar. Habrá algunos que ni siquiera quieran entrar al debate de las especies y los derechos de los animales, pero quizá sean seducidos o inspirados -especialmente en tiempos tan oscuros- por la fuerza de un relato, en donde un personaje no tolera el mundo en el que vive y desea cambiarlo dándose cuenta de que solo es débil, pero que la fuerza de la comunidad puede transformar el mundo.