domingo, 17 de abril de 2011

Una Iglesia de las Historias ("A Church of Stories")

Esta es mi primera entrada de un blog que ni siquiera sabe de qué trata. No planeo escribir sobre algo en particular, de hecho, la intención parece ser escribir sobre todo, es decir, todo lo que me afecte de una forma u otra; por eso el título del blog (Awes Ome), pues pienso poner todo lo que me me maraville, me llame la atención, me horrorice o aquello sobre lo que me encuentre trabajando. Pienso poner una especie de ensayos, precisamente para ayudarme a, como dice Nietszche, tratar la información como el rumiante a su comida, masticarla con calma y usar cuatro estómagos para procesarla, de forma que logre entenderla totalmente, digerirla por completo. Eso pretendo, usar este espacio para ensayar públicamente mis ideas, y, con suerte, hacer uso de las ideas que puedan surgir a partir de ello, y de los comentarios que, mis pocos visitantes (si es que alguno) me dejen a manera de retroalimentación.

Por eso me parece ideal comenzar todo esto con mi traducción de un maravilloso texto de Chuck Palahniuk. Por un lado, porque me gustaría poner al alcance de más gente la extraordinaria perspectiva que él tiene de las historias, para que podamos reflexionar sobre su función, sobre el papel que juegan en la construcción de la Historia personal de cada uno de nosotros, así como también la labor psicoanalítica del contar, del contar todo: nuestras experiencias, nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras más oscuras historias. Poner en palabras, hacer del dominio de la conciencia todo aquello que nos avergüenza, que nos aterroriza y que nos obsesiona para que tenga cada vez menos poder sobre nosotros, porque entre menos sabemos de nosotros mismos más manipulables somos, y sobre todo, más enfermos psicoanalíticamente hablando. 

Por otro lado, quisiera dejar esta traducción, a manera de homenaje, y al mismo tiempo, continuar ensayando mis trabajos de traducción, como también, mis ideas acerca del deseo, del inconsciente y de los mecanismos de dominación que hacen uso de ellos para aprovecharse de la gente. Y en este aspecto es importante mencionar el papel que la Iglesia juega en las vidas y las mentes de los individuos. Replantear su función social y preguntarnos si de verdad la sigue cumpliendo, o incluso si alguna vez la cumplió.

Aquí se los dejo:

Una Iglesia de las Historias ("A Church of Stories")

En 1998, mientras estaba en Los Angeles para la filmación del Club de la Pelea (Fight Club), fui con unos amigos al museo Getty. Todas esas antigüedades, los objetos decorativos, todas las galerías de cosas puestas ahí para ser admiradas por silenciosos turistas, por mis amigos y por mí. Ese interminable desfile de obras maestras era demasiado. Demoledor, en la misma forma en que un día de ventas de garaje puede serlo mientras tus ojos encuentran un nombre para cada objeto, un lugar en la historia, una historia. Son demasiadas las historias famosas unidas en esa colina que se levanta por encima de Los Angeles.

Por supuesto, convertí ese día en una historia.

En 1970, durante mi infancia, a los museos se le ponían las manos encima. Ibas a las galerías a destruir arte fino. Tomabas un mazo y le aplastabas la nariz a La Piedad. O besabas una pintura y dejabas lápiz labial sobre ella. Intentabas rociar pintura sobre la Mona Lisa, o plantabas una bomba que destruiría algunos Mirós. Claro que en estos días el Getty tiene guardias y Plexiglás y detectores de movimiento.

Así que, al pasear con mis amigos, les pregunté: “¿Qué pasaría si en lugar de robar o atacar arte establecido, algún artista frustrado intentara meter secretamente sus pinturas dentro de los museos del mundo?” Este artista realizaría cada pintura, le daría su acabado, la enmarcaría, le pondría cinta doble cara detrás y la escondería dentro de su gabardina. Llegaría al museo como cualquiera de nosotros, y entonces abriría su gabardina y pegaría su trabajo en una pared, justo ahí, en medio de los Picassos y los Renoirs. Este cuento se convirtió en una historia corta llamada “Ambición”, así como también en guión. Esta historia, acerca de un artista desesperado por encontrar su lugar en la historia, fue incluida en mi novela llamada Fantasmas (Haunted).

Ambición” y Fantasmas  serán publicados este mayo.

El 13 de marzo, el Museo Metropolitano de Arte encontró en una de las paredes de su galería, la encantadora pintura, enmarcada en oro, de una mujer con una máscara de gas puesta.
El 16 de marzo, el Museo de Brooklyn encontró la pintura de un oficial militar del siglo XVIII  sosteniendo una lata de pintura en aerosol. El Museo de Arte Moderno encontró una pintura el 17 de marzo, que muestra una lata de sopa de tomate. Los Museos Louvre y Tate han encontrado pinturas similares colgadas de sus paredes.

De acuerdo al New York Times, este es el trabajo de un artista británico del graffiti llamado Banksy, quien lleva una gabardina y una barba falsa al momento de colgar su trabajo entre obras maestras.
¿Es una coincidencia o somos más parecidos de lo que nos gustaría admitir? Mis pensamientos son tan tuyos que difícilmente califican como míos. Alguien se hará rico cantando en la radio tu más oscura fantasía que mantienes enterrada.

¿Es mejor esconder tu oscura idea, esperando que todos los demás hagan lo mismo, o representar esa oscura idea y compartirla?

Mientras escribía el Club de la Pelea, hablé con amigos sobre la idea de un proyeccionista de cine que empalmaría pornografía en películas familiares. Un amigo me dijo que no usara la idea, sosteniendo que inspiraría a la gente a usar pornografía para aderezarlo todo. Cuando el libro fue publicado, incontables personas escribieron para decirme que ya habían estado empalmando escenas de sexo en películas de Disney, orinando en comida de restaurantes, o iniciando clubs de pelea. Por décadas.

A pesar de todo, ¿hacemos más daño cuando compartimos nuestras oscuras fantasías —cuando las exploramos a través de una historia o una canción o una pintura— o cuando las negamos?

Son las historias las que permiten a los seres humanos digerir sus vidas al convertir eventos en algo que podamos repetir y controlar, contándolas hasta que se agoten, hasta que no puedan arrancar una risa, un jadeo o una lágrima. Hasta que podamos absorber, asimilar incluso los peores eventos. Nuestra cultura digiere eventos haciendo versiones, cada vez menores, del original. Después de que un barco se hunde o una bomba explota —la Tragedia Original— aparece la versión de las noticias, la versión de la película de televisión, la versión del programa de radio, las versiones de los blogs, el videojuego, las versiones de las placas conmemorativas del Franklin Mint, la versión de la cajita feliz del McDonalds o el chiste de Los Simpsons. Ecos que se desvanecen. Entonces, como la historia graciosa que solías contar en las fiestas, la historia que siempre conseguía hacer reír acerca de cómo tomaste ácido y te comiste medio abrigo de pieles en una noche, dejamos de contar esa historia, NO porque haya dejado de hacer reír a la gente, sino porque hemos digerido el evento; está resuelto, y contar esa historia en cualquiera de sus formas ya no presta ningún servicio al que la cuenta.

Quizá es la razón por la que Radiohead ha dejado de tocar “Creep” en concierto. Quizá es la razón de nuestros sueños: contarnos historias compulsivamente para procesar nuestra experiencia como se procesa la comida en nuestras tripas, incluso mientras dormimos.

Pero las historias que tenemos miedo de contar, de controlar, de elaborar, esas nunca se desgastan y llegan a matarnos.

Al menos eso es lo que les digo a mis amigos cuando me piden que me calle, que deje de darle ideas nuevas a la gente. Esta es mi historia sobre contar historias sobre contar historias. Mi manera de digerir lo que hago.
Yo le digo a la gente: Entre más pronto podamos contar una historia, más rápidamente se desgastará, se convertirá en cliché, y entonces, menos poder tendrá la idea.

Hasta el siglo pasado, las religiones solían darnos un lugar para contar incluso nuestras peores historias; describir nuestras más terribles intenciones. Una vez a la semana podías convertir tus pecados en historia y contarla a tus semejantes, o al líder que te perdonaría y te aceptaría de vuelta dentro de tu comunidad. Cada semana te confesabas, eras perdonado y recibías comunión. Nunca te alejabas demasiado del grupo porque tenías esta descarga regular. Quizá el aspecto más importante de la salvación es tener este foro, este permiso y audiencia para expresar nuestras vidas como una historia.

Pero mientras la iglesia se convierte en un lugar donde la gente va para lucir bien, en lugar de ser ese único lugar seguro donde podías arriesgarte a lucir mal, perdemos ese foro regular de contar historias; y con ello, la salvación, la redención y la comunión que permite. 

En lugar de ello, la gente va a terapia grupal, a programas de rehabilitación en doce pasos, salones de chat, líneas de sexo telefónico, o incluso talleres para escritores, a fin de convertir sus vidas y crímenes en historias, expresarlas, elaborarlas, y al hacerlo ser reconocido por sus semejantes. Regresar al rebaño una semana más. Ser aceptado.

Con esto en mente, nuestra necesidad de convertir incluso las partes más oscuras de la vida —especialmente las más oscuras— en historias… nuestra necesidad de contar esas historias a nuestros semejantes… y nuestra necesidad de ser escuchados, perdonados y aceptados por nuestra comunidad… ¿qué tal que iniciamos una nueva religión?

Podríamos llamarla la “Iglesia de la Historia” (“Church of Story”). Podría ser un lugar de representación donde la gente pudiera agotar sus historias, en palabras o música o escultura. Una escuela donde la gente pudiera desarrollar habilidades o técnicas que le darían más control sobre su historia, y de esta forma, sobre su vida. Este sería un lugar donde la gente pudiera salir de sus vidas y reflejar, tomar distancia lo suficiente como para poder reconocer un aburrido patrón, miedos irracionales o un personaje débil; y comenzar a cambiar eso. Editar y reescribir su futuro. Cuando menos, este podría ser un lugar donde la gente podría desahogarse y ser escuchados, y en ese momento, quizá, seguir adelante.

Sería un foro suficientemente seguro para poder lucir terrible. Expresar terribles ideas.

En la historia moderna, gente frustrada e impotente ha recurrido a las iglesias. Durante los últimos años de la segregación, la gente se encontró entre sí en las iglesias y se dieron cuenta que no estaban solos. Sus problemas personales no eran únicamente de ellos.

Esta “Iglesia de la Historia” le daría a la gente un foro para conectarse. Aquí, tendríamos un tiempo y un espacio regulares, así como el permiso para contar historias entre nosotros, en lugar de ignorar esta necesidad o satisfacerla en un Starbucks en la ventana temporal creada por un capuchino —o llevando una barba falsa y pegando nuestra historia en la pared de una galería de arte—; podríamos darle a la gente el permiso y la estructura que necesitan conseguir. Para contar historias. Para contar mejores historias. Para contar grandes historias. Para vivir grandes vidas.

Pueden encontrar el original en inglés aquí: